"La vida, como el café: cargada y a sorbos sabrosos"

sábado, 12 de febrero de 2011

Sinfonía en cadena.

A veces no son abrazos lo que se necesita. Basta con que comience lo que entiendo que es un  compás para que una presa mueva sus compuertas y libere el contenido que se vierte caudal abajo. Con la fuerza retenida que se descubre de pronto sin candados comienza, al mismo tiempo y casi independiente, otra melodía interpretada a compases libres por millones incontables de gotas, chorros y torrentes que siguen la sinfonía no escrita que es dirigida con la batuta de la gravedad.

Pero nunca nadie asistió a incitar la sinfonía. Sólo una melodía anterior fue el comburente ideal para lograrlo. Ambas canciones interpretadas en la soledad. ¿Por la madrugada? ¿Bajo la expectación del atardecer? No hay pruebas de su ejecución. Y aún así el agua cayó y silenció todo en derredor; con estruendosa prisa se precipitó al vacío y se escuchó a sí misma golpeando el fondo con la tétrica tranquilidad de un cadáver que, hace sólo cuatro segundos aún palpitaba, que aún un parpadeo antes de ser fulminado podía permanecer en pie. Cae y choca contra su misma presencia allá en la temporal tranquilidad que hay abajo. Choca y es empujada hacia arriba de nuevo mientras siente que se interpretan en crescendo, cada vez más fuerte, cada sonido más fuerte y destronando en el murmullo ensordecedor.

Su misma presencia dibuja en el aire sobre pentagramas torcidos en claves incomprendidas, y el aplauso espontáneo parece surgir en rugidos desde la propia furia del allegro que comenzó hace ocho novenas partes de compás.

El coro de vientos suspendidos en inmovilidad revuelta acompaña la euforia.

La espumosa compañía de bailarinas se lanza al frente y a los lados de la orquesta. Danza, danza, en saltos, en puntas, con giros, la contorsión antinatural de sus cuerpos perfectamente descoordinados pero que, por inconsciencia natural es capaz de acompañar los ritmos que nadie escuchó. Con seguridad, con garbo, los danzantes avanzan hacia el público ausente, por entre las butacas vacías, mientras son seguidos por el resto de la compañía que no cesa de ser creada tras ellos.

Más adelante su danza es lenta y la música casi se convirtió en adagio. La ruta de este espectáculo es ahora, sin duda, una partitura que partió del silencio, sólo para volver a él en un éxtasis interpretado, escuchado, sentido y llorado en la esencia misma.


Así es cómo una canción puede desencadenar una sinfonía. También sentimientos.
Nace la sonrisa interior del alma.

1 comentario:

  1. "Basta con que comience lo que entiendo que es un compás para que una presa mueva sus compuertas y libere el contenido que se vierte caudal abajo."

    Que bonito, me gusta la manera en que plasmas tus ideas - pensamientos.
    Atte: Pollo

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